Algo que odio de llorar desde pequeña es que se me mojan las pestañas y se me manchan las gafas. Tampoco me gusta porque luego la sal me pica en las mejillas.
No me importa si me hace parecer débil o si se me ve más fea, es todo por la dichosa practicidad.
Estos últimos días he llorado mucho. Sentada en la cocina, tumbada en el sofá, con el sol cegándome y por las noches a oscuras antes de dormir.
Y siempre es por lo mismo. Por mi madre.
Nunca he comprendido bien por qué la maternidad se rodea de una especie de halo de sacralidad cuando hay madres como la mía que más valdría que se murieran y dejaran de joder a los demás.
Hace ya años que no soy capaz de venerar esta figura impuesta. Cada día me cago en este dios. No entiendo cómo alguien puede buscar el bienestar de sus hijos dentro de unos límites estrictos, marcados por una dudosa moralidad y muchos prejuicios, y asfixiar con alevosía a su propia familia.
He de decir que también hace casi un lustro, tras una discusión zanjé que para mi estaba muerta a efectos prácticos. Total, nunca ha ejercido de madre y no iba a empezar ahora. Lo apunté en la agenda como diciendo: hoy es el día. Y un día haciendo limpieza vi que aquella agenda tampoco era muy relevante y la tiré a la basura. Pero me arrepiento de no haber guardado el día en mi memoria. Y tatuarlo en mi piel.
Evidentemente hemos vuelto a discutir. La diferencia es que tras cada discusión conseguía calmarme y seguir adelante. Y esta vez llevo dos días con grandes picos de ansiedad y pensamientos de autolesión. Imagino que con la metáfora de la gota que colma el vaso se entienda mejor.
¿En qué momento de la vida llegas a tal punto de ser tal basura que tu propia hija prefiere que actúes como si hubiera muerto? Lo más útil que has hecho por mi en los últimos años ha sido bloquearme en whatsapp y que yo haga ahí mi lista de la compra.
Podría aguantar un poco más. Claro que sí. Lo mismo que podría meter la mano en una sartén con aceite hirviendo. Y abusar de tu falsa caridad. Podría conseguir un trabajo estable y entonces largarme. Pero es que ya no puedo más.
Amparándote en la sensibilidad cada crítica que te hice era como un puñal. Pero, ¿qué pasa con todas esas veces que tú me pegaste? Hubiera preferido un puñal real.
Desde mi concepción la familia nunca ha sido un valor absoluto para mi. Mi existencia ha sido un constante abuso emocional. Desde los 6 años se me ha tratado como adulta, pidiendo opiniones que ni me correspondía emitir a mi. Era una pistola de silicona que llenaba los vacíos emocionales de mi madre. He sido un instrumento más.
Tanto control me ha hecho pensar que soy incapaz de funcionar si ella no estaba ahí. Y la verdad es que siempre he tenido que avanzar sola. Todo ese control me ha asfixiado tantas veces en forma de gritos, de silencios, de bofetones.
Cada vez que he llamado por teléfono a mi padre le ha obligado a poner el altavoz, se ha adueñado de la conversación para hablar de sí misma y de sus problemas.
Toda mi vida ha sido una espiral de faltas de respeto, de falta de privacidad, de insultos, de rechazo, de guantazos y de disculpas unidireccionales.
Y es que me he dado cuenta de que prefiero vivir en la miseria que vivir contigo.