miércoles, 26 de febrero de 2020

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Decía Jorge Manrique  en la tercera Copla a la muerte de su padre que "nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar" y en parte es cierto. 

Puede que los ríos parezcan algo demasiado simple, pero no lo son.

A veces están llenos y otras vacíos. Fue un muy buen símil. Otras veces buscan nuevos caminos y cuando menos te lo esperas vuelven a su lugar.

Yo nunca pensé que me dedicaría a la docencia, hasta que me fue impuesto.

Ni de lejos era mi plan inicial, pero ahora es todo lo que deseo. Y aunque no fuera así, tampoco tengo más caminos.

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Siempre pensé que sería una doctora, una investigadora. Tendría una bata. Y en mi bata pondría mi nombre.

Por algún motivo romántico de mi cerebro, también estaba segura de que mi madre cosería mi nombre.

Esto me hace llorar porque recuerdo cuando lo cosió en el babi del colegio con un hilo azul cerúleo.

Mis iniciales. Grandes. En letra cursiva. Inamovibles.

Y aquella tontería me hacía sentir la persona más segura del mundo.

Ahora que ha llegado el momento de volver al cole, me siento decepcionada y triste porque ella no se ha preocupado de comprarme una bata, aunque yo siempre manifesté que quería una.

No sólo no va a comprarme la bata y regalármela (cosa que yo guardaría con todo el amor del mundo para siempre), sino que tampoco va a coser mis iniciales. 

Y el babi rosa de cuadritos era un espacio para manchar. Pero la bata blanca que tengo en casa sin poner nombre se me antoja inmenso, vacío e infinito.

Me siento pequeña. Me siento como una niña desamparada.

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