A veces resulta perturbador tener pensamientos intrusivos.
Los pensamientos intrusivos suelen tener que ver con cosas que te generan ansiedad, tristeza, miedo, ira o todo a la vez.
En mi caso suele a ver un poco de todo, pero quiero que sepáis que es de lo más normal del mundo. La gente completamente sana a veces también los tiene.
Algunos días de verano pienso "¿qué pasaría si doy un volantazo y me estrello a 130 km/h contra ese quitamiedos?" y otros simplemente pienso en prender fuego a cosas porque me gusta el olor a quemado.
Me gustan los días lluviosos porque casi no tengo de estas cosas y puedo dedicarlos enteros a ser una persona sana y normal.
Pero normalmente, además de ser intrusivos son recurrentes, incluso monótonos. Y chico, que lata pensar siempre en lo mismo.
Unos días vienen y van, otros vienen y se quedan una temporada.
Muchas veces, después de tener una gran bronca con mi madre pienso en que estaría mejor muerta.
Al principio he de reconocer que todo esto me asustaba, lo escondía. Ahora si encuentro confianza en las personas lo digo en alto.
Normalmente las personas a las que le confío este tipo de pensamientos lo comprenden, y si esto no sucediera así, tratan de comprenderlo. Otras veces, las que menos, soy juzgada como una persona muy bruta. Supongo que no saben cómo ha funcionado mi vida. Yo tampoco les juzgo más allá de "qué sabrás tú, gilipollas".
Sobre lo de que soy muy bruta, suelo pensar en esa gente que dice que si un marido pega a su mujer algo habrá hecho ella, le habrá provocado. Y pienso que si en cosas tan obvias hay gente que no lo ve, en cosas tan ocultas y silenciadas como estas menos.
Hace unos años mi madre tuvo cáncer. Y jamás habíamos sido tan felices como en aquella época.
Por un momento se dio cuenta de que, a lo mejor, le quedaba muy poco tiempo. Se dedicó durante meses a desinhibirse. Era espontánea. Valoraba las cosas pequeñas que le hacían feliz. ¡Qué tontería es reír cuando uno se mancha de jugo de fresa! Pero qué bueno fue todo aquello.
Se levantaba agradeciendo seguir viva. Se reía mirándose calva en el espejo. Lloraba amargamente porque nunca le quedaban pintadas iguales las cejas. Lloraba porque veía que no era tan querida como sus aduladores le hicieron creer. Pero luego volvía a reír porque asomaba el sol y podía mirar el mar desde la ventana.
Qué cosas, ¿eh?
Durante un año y medio escaso conocí esta faceta de mi madre, disfruté todo lo que pude de ella. Compartí todo el tiempo que pude en familia. Y a veces por las noches lloraba porque tenía miedo de que volviera a ser como antes.
Un día se curó. Y poco a poco esa parte de ella volvió a quedar enterrada.
Mi madre sólo ejerció como tal aquel año y medio. Y eso fue lo que me hizo volver a pensar en ella como una madre funcional, como una madre amorosa, como una madre entregada. Como una madre que ya no existe.
Y todavía no he superado el luto. Pero ya no existe.
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