lunes, 14 de diciembre de 2020

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Desde hace años me siento como un pájaro dentro de una jaula. No un pájaro cualquiera, un cuervo, negro y grande, con mis patas grandes, en mi jaula pequeña de oro. Y mi meta vital es huir, casi siempre ha sido la misma, o al menos yo tengo esa sensación. 

Cuando fui al psiquiatra esta última vez me sentía con fuerzas de seguir intentando escapar, pero cada vez me siento más cansada. Me siento como un náufrago en el mar, estoy cansada y triste, estoy hastiada. No encuentro motivación. Y me asusta pasar o haber pasado toda mi vida pensando en el futuro y ver que no llega. No tengo motivación vital ni demasiada concentración. Es agotador existir.


A veces imagino que en vez de tener una enfermedad en el alma tengo una enfermedad como pulmonía pero en mi casa nadie ve que toso, que me ahogo, que me encuentro mal y que los médicos me dan antipiréticos, antitusivos, etc.

Mi madre no lo ve porque siente que le hago la competencia, como si yo hubiera elegido tener esta mierda. Yo sé que siente que no tengo derecho a tener esta enfermedad de la depresión y la ansiedad porque no he tenido una vida tan dura como la suya. Ella establece los parámetros. Si eres un negro de una tribu africana sin acceso a agua, bueno, tal vez. Si soy yo: ni de coña. Me parece, cuanto menos, surrealista que una persona que ha pasado por varias depresiones sea incapaz de empatizar con otras personas que están en ese puto agujero, las juzga y les espeta frases del tipo "tan mal no estarás si sales a la calle".

Mi padre no lo ve porque no lo quiere ver, porque la depresión en su mundo es de débiles y cree que no tengo derecho a estar patológicamente triste si tengo todo. Pero, ¿qué es todo? Porque yo no me siento querida ni apoyada por mis padres, yo no me siento comprendida, yo sólo siento que he seguido un camino que ellos han trazado y que he tenido la suerte de que me gustase.

Ambos me suelen decir "a mi me gustaría llorar con tus ojos". Y es entonces cuando empiezan a decirme lo horrible que fue su infancia en la que no existían cosas como los teléfonos móviles o la educación emocional parental. Y yo, que puestos a jugar a la hipocresía, soy una burra, les digo, "bueno, en el mundo hay muchos niños que han tenido que ir a la guerra y no les veo quejarse". O alguna cosa por el estilo. 

Normalmente esta mierda de llorar con mis ojos me hace sentir un agotamiento emocional tremendo. Porque, ¿para qué empatizar? Es más fácil hacerte sentir todavía peor.



Otras veces me siento tan cansada que no se ya muy bien hacia dónde está yendo mi camino. Pienso que debería demandar a todas las personas que se vieron involucradas en mi proceso de adopción: psicólogos, trabajadores sociales, abogados, etc. Sacarles cada euro, exprimirlos hasta que pueda yo comenzar mi propio camino, hasta  que pueda construir algo sólido para mi, lejos o cerca, pero sola y segura. Desearía gritarles por todo el daño que he sentido y siento. Y aún infringiéndoles daño físico no creo que pudieran alcanzar a comprender nada.

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