lunes, 14 de diciembre de 2020

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Me he pasado toda mi vida escuchando que soy una mentirosa patológica y puede que sí lo sea. Pero para mi es la única manera de ser, la única manera en la que se me ha permitido funcionar.
Evidentemente no miento a todo el mundo, pero siempre que discuto con mi madre me llama mitómana. Me llama muchas más cosas, pero esta siempre me llama poderosamente la atención. A veces ella no recuerda que hayan sucedido X cosas, entonces tú eres una mentirosa, me parece una maravilla, es una falacia de autoridad de la hostia. Y salvo que no haya alguien alrededor que le diga "en realidad sí que pasó lo que ella dice", no retira lo de mentirosa.


Dicen que los mitómanos son mentirosos compulsivos, pero no tengo ni idea. Supongo que sí.

Lo que a mi me ha pasado es que he crecido dentro de un puño apretado. Cuando alguien nace sin oxígeno nace con daño cerebral. Así que podemos decir que mi daño cerebral metafórico está en mi manera de relacionarme: yo no sé dónde está el límite de adornar las cosas para agradar a los demás. Esto creo que lo aprendí con 7 años a la salida de un Eroski cuando mi madre me chilló que yo no tenía derecho a contradecir lo que ella decía, aunque fuera una mentira, así que comencé a participar en ellas para hacerlas más grandes y bonitas. No me dijo que no me metiera en conversaciones de adultos, me dijo que no contradijera sus mentiras, usando la palabra mentiras, y si acaso animándome a participar en ellas de manera indirecta.

El caso es que a mi me gustaba participar en aquellas mentiras porque recibía afecto a cambio. Lo malo es que comencé a crecer y a darme cuenta de que podía mentir a mi propia madre para hacerle sentir lo que yo quería. Creo que eso se llama manipulación afectiva, manipulación en cualquier caso. Era divertido. No es que yo fuera una persona conflictiva. Pero por ejemplo, si yo suspendía exámenes siempre decía que me había ido bien, así ella se despreocupaba y me dejaba tranquila, hasta que llegaban las notas y los suspensos. Ay. 

Evidentemente cuando mientes de pequeño mientes en cualquier nimiedad, no es algo elaborado. Pero según creces casi que tienes que llevar un diario para no ir perdiendo detalles por el camino. Siendo muy cría leí en una revista de ciencia en la consulta del dentista que un hecho cierto tenías que ser capaz de contarlo al derecho y al revés; es decir, en orden cronológico normal y también inverso. Así que cuando necesitaba mentir sobre mis notas o sobre qué había hecho elaboraba un relato simple que fuera capaz de recordar y que pudiera contar siguiendo esa norma.


Fui creciendo y como aquello funcionaba jamás me planteé abandonarlo. Se había convertido en una rutina. A mi me valía. Además, siempre he llevado fatal dar cualquier tipo de explicación a los adultos (en realidad sólo a mi madre). ¿Adónde vas? Mentira. ¿Con quién vas? Otra mentira. ¿Qué has hecho hoy? Otra mentira. ¿Qué tal en el psiquiatra? Otra bola más. Desde que tengo uso de razón.

Creo que esto es producto de mi madre controladora. 
No es que mi madre me hiciera la típica batería de preguntas de ¿adónde vas?, ¿con quién?, ¿cuándo vuelves?
Su batería incluía, ¿quiénes son sus padres?, ¿en qué trabajan?, ¿cuánto dinero ganan?, ¿dónde viven? Y otras preguntas para las que una persona de entre 14 y 18 años no tiene respuestas ni ganas de obtenerlas, y tampoco ganas de pararte en la puerta todos los días a explicarlo.
Si no había respuesta a esto o una respuesta del tipo "cagan dinero" mi madre me decía "pues no sales". Y a tomar por el culo. 

Otra razón por la que tengo tan interiorizada la mentira es porque me ha ayudado a tener la fiesta en paz. Siempre me ha hecho vivir a la sombra de alguien, siempre alguien ha tenido una nota mejor que la mía. Por eso cuando me preguntaba qué tal un examen y Ana decía "yo he sacado un 8" yo decía "yo también, aunque hubiera sacado un 2 o un 3. Tenía (y tengo) la autoestima totalmente anulada. Siempre ha habido alguien mejor que yo, incluso un desconocido de la puta calle. Y siempre me lo ha restregado por la calle. Precisamente por ese temor al fracaso, a que me retirase su cariño y a que me castigara con gritos e indiferencia yo mentía. Así estaba todo bien (al menos durante un tiempo).

Entonces, llegados a este punto, igual sí que soy una mitómana, pero sólo con ella. No tiene cura y no tengo intención de curarme.

Otras veces pienso que me sale mentir en automático cuando estoy conociendo a la gente como si yo buscara resultar socialmente más atractiva, como si lo que yo ofreciera no fuera suficiente. Pero no lo hago, son pensamientos intrusivos. 

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