lunes, 14 de diciembre de 2020

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Algunos días pienso en los mensajes contradictorios que recibo y no tengo claro qué hacer con ellos más allá de ignorarlos porque, al fin y al cabo, han jugado con mis ilusiones y mis sentimientos.

Cuando era pequeña, como todos los niños, tenía ideas muy abstractas e irreales de mi propio futuro. Siempre soñaba con una casa con una puerta y dos ventanas, con un coche rojo y una piscina. Luego creces y te das cuenta de que todas esas cosas no caen del cielo. Así que de momento sólo tengo una ventana, la de mi habitación. 

De alguna manera pienso que no todo son mensajes contradictorios. He ido descubriendo que también son procesos de duelo patológicos que he ido sanando ya de adulta. Y creo que acabo de llegar a esa tal adultez. 

Por algún motivo me siento totalmente estafada.


Siempre he querido ser de mayor lo que las demás personas esperaban de mi. Siempre quería copiar a un adulto de éxito. Otras veces pensaba que mi destino era copiar a un adulto de relativo éxito muerto para que el resto de la familia pudiera disfrutar a través de mi lo que quedó en el tintero. Y nadie me dijo que aquello estaba mal. ¿Acaso nadie veía que una niña de 11 años no podía cubrir sus necesidades?

Ahora veo que no quería nada de todo aquello y que desde muy pequeña siempre he querido ser ilustradora de cuentos infantiles, pero ahora me parece imposible alcanzar esto o aquello porque siento que voy subida en un tren y que va muy rápido para saltar en marcha. Tal vez en la próxima vida.

Nunca quise estudiar económicas como decía con 13 años, ni tampoco ingeniería como dije con 15, ni derecho con 17. Y así hasta el infinito. Siento que he querido cumplir sueños frustrados de la gente y no he sabido ver más allá. 

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