Muchos días de Navidad me desperté sintiéndome bien y luego el día se fue torciendo hasta sentirme triste y sin energía, pese a que seguía funcionando. Creo que esto último es a lo que le dicen inercia. Me sentí triste porque una crece con unas convicciones irreales y luego la realidad no me gusta, no se ajusta a lo que esperaba.
Me siento atrapada en una burbuja donde por fuera todo es feliz y está lleno de luces y buenos propósitos, pero también es raro porque te acuerdas también de toda la gente que falta en tu familia, en mi caso ya son bastantes, y te empieza a pesar. Es triste porque los recuerdos son intangibles y no es muy sano vivir allí estancado. A veces no tiene ni sentido pensar en ello y menos después de tantos años.
Por otro lado también siento que mi madre se ha esforzado cada maldito día de la Navidad en estropearlo o en hacer de las fiestas una enorme bola de mierda. A veces me siento muy desplazada cuando la gente me pregunta por estas fechas, no sé dónde meterme, somos esa familia que parece perfecta y sin embargo no celebra la Navidad. Al final siento mucha envidia porque estas fechas se construyen con cariño e interés y no con dinero. Y yo no siento ni tengo nada de eso.
Cuando digo que mi madre se esfuerza en estropearlo todo me refiero a que este año mi padre me regaló un gorro y un pantalón de pana para el frío y yo le compré colonia y otro gorro para él. Y cada día hasta que fueron Reyes ella repetía constantemente que no quería nada, que no se le regalase nada, incluso cuando nadie le había preguntado. A esto hay que sumarle una serie de agresiones verbales (muy en su línea, nada nuevo realmente) y amenazas de calzarnos una hostia si le comprábamos algo.
Al final, el día de Reyes me sentí como una gota de agua en el océano: muy perdida. Y también muy vacía porque, al parecer, yo puedo mostrar interés por las aficiones y por los anhelos de los demás, aunque igual no sea capaz de llegar a cubrirlos porque no tengo dinero o tiempo suficientes. Pero ella no es capaz -ni lo ha sido nunca- de saber nunca qué he querido. Y siento que vivo rodeada de desconocidos en casa. ¿Por qué? Porque la última vez que alguien hizo caso a mis deseos verbalizados creo que fue cuando los Reyes me trajeron un coche de juguete en el año 99, y con reticencias, que la niña igual es lesbiana.
No creo que sea tan complicado preguntarme -o mostrar interés a lo largo de todo el año- por mis intereses u observarme. ¿Soy hermética? En absoluto. Soy discreta. Pero parece que tengo que instalar un neón en casa explicando punto por punto por qué deseo algo y justificar el uso que le voy a dar (porque sino, no lo merezco). Pero es más sencillo gritarme sobre ese tal hermetismo, echarme en cara todas las veces que has fracasado como madre (¿de verdad tengo aspecto de querer llevar un reloj lleno de brillantes?) porque no te has esforzado, porque no me conoces y esa clase de cosas.
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