domingo, 17 de noviembre de 2019

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Es extraño ver cómo te crían durante años y años en un ambiente hostil pero te adaptas.
Evidentemente, no era algo hostil diariamente (aunque eso también existe).

La verdad es que hasta que no empecé a conocer otras realidades yo nunca me había planteado que mi entorno estaba mal, me explico.

Yo pensaba que había crecido en un entorno sano y normal hasta que un día con 18 años me planté en la puerta del psiquiatra de mi madre para preguntar si todo estaba mal porque yo generaba tantos problemas o estaba en un ambiente que yo no controlaba y donde mis errores se masificaban.

No era mi primer psiquiatra. Ni mi primera crisis. Tampoco era mi primera depresión.

Me pareció un hombre peculiar. Tenía una consulta bonita, en un lugar privilegiado. Porque claro, siendo mi madre una clasista, no iba a estar en otro lado.

Me sentó en su despacho, sacó pañuelos y mientras yo preguntaba hipando si tenía algún tipo de tara psiquiátrica él estaba de espaldas buscando una carpeta con el nombre de mi madre en un archivador lleno de llaves.

Leyó un poco por encima lo que encontró en aquella carpeta. No era especialmente abultada. Mi madre había dejado de ir a verle hace años porque no le necesitaba.

Cuando acabó de leer me explicó amablemente que mi madre "era así" y que yo no iba a cambiar aquello. Que si pretendía cambiarlo iba a ser como buscar agua en el desierto. Me explicó que por temas de confidencialidad no podía contarme mucho más, pero que seguro que yo sabía o intuía algo. También me contó que mi madre había dejado de ir porque no quería hacer psicoterapia. Me recomendó crecer y alejarme.

Y eso hice: crecí y me alejé.

Llevo algo más de 6 años dándole vueltas a todo lo que aquel señor tan enjuto me dijo mientras me miraba con pena.

Y ha sido ahora que después de tantos años de desvaríos, maltrato físico y verbal y demás vueltas que ha dado mi vida, me he dado cuenta de que lo que yo normalizaba era algo malo.

Podría decir que aquella consulta no me sirvió para nada. En efecto, creía que era así. Pero me sirvió para marcharme tranquila y llena de culpa a la universidad.
Tranquila porque yo no estaba estropeada. Culpable porque no soportaba huir como una rata y dejar a mi padre atrás.

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