Creo que he vivido totalmente desatendida durante años. No porque no estuviera allí para mí. Físicamente sí. Pero nunca me preguntaba por mis problemas. Nunca quería saber más allá de banalidades cotidianas. No quería su paz mental en peligro.
A veces parece que lo digo en broma, pero es verdad: si me viera en un gran apuro y sólo pudiera llamar a una persona llamaría a mi padre o al 112. Si no pudiera llamar a ninguno de estos números me limitaría a esperar a que se solucionara solo.
Pese a que mis logros son exclusivamente de su propiedad y los exhibe con alevosía, nunca ha estado presente en ellos.
Me apuntó a teatro pero nunca vino a verme. Me apuntó a francés e inglés y jamás me acompañó a los exámenes de nivel oficiales. Me apuntó al conservatorio y nunca tuvo una tarde para acercarme a esas clases o para ir a verme actuar.
Cuando tenía que venir a buscarme llegaba siempre tarde. Por eso mi padre me enseñó que podía coger sola el autobús.
Aunque tenía tiempo para ir a buscarme al colegio y llevarme a comer a casa siempre me dejó en el comedor. Así que pasé hambre casi todos los mediodías de mi vida entre los 3 y los 16 años.
Cuando alguien venía a casa para luego ir a verme a alguna cosa de teatro o instrumental ella fingía encontrarse muy mal. Así que me acercaban al lugar y luego volvían para estar con ella.
Recuerdo siempre a los padres de mis amigos grabándoles o mirándoles desde las butacas.
Recuerdo buscar con la mirada a alguien que estuviera allí para mi y estar completamente sola.
Así que empecé a apuntarme a cosas que no me obligaban a compartir mi mundo interior con nadie. Renuncié a otras que me hacían sentir sola.
Y un día crecí y me fui desprendí de todo aquello para siempre.
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