Otro aspecto a controlar era mi ropa. A esto seguía mi pelo.
Durante años nunca opuse resistencia.
Pero si yo ahora me sentía de color negro por dentro, ¿por qué iba a vestirme de colores por fuera? Empecé a comprar ropa negra o simplemente oscura y salir de casa con una mochila donde llevaba cosas más acordes a lo que sentía que quería.
No quería un polo rosa de 80 euros. Ni unos pantalones vaqueros teñidos a mano de color verde. No quería unas manoletinas de 180 euros.
No necesitaba todo aquello. Necesitaba atención parental pero mi padre estaba enfermo con un pronóstico terminal, y ella era incapaz de no comprar ropa cara y prestarme atención. ¿Cómo te vas a vestir de negro?
Tampoco quería maquillaje ni un flequillo recto; sin embargo me obligó a llevar aquel flequillo porque era la moda y tenía que integrarme.
No recuerdo exactamente cuántos meses tardó en crecerme el pelo, pero jamás solté el flequillo sobre mi cara.
Mientras mi padre seguía adelante ganándole tiempo a aquella enfermedad con un tratamiento experimental yo decidí cortarme el pelo.
Mi madre piensa que todo lo que una mujer tiene son su melena, su sonrisa y su virginidad. Yo había perdido la sonrisa y no quería aquel pelo que me llegaba hasta el culo.
Bajé a la peluquería para arreglar el corte. La peluquera hizo una coleta en mi nuca y cortó.
Me sentí muy feliz, como si por primera vez en mucho tiempo yo hubiera elegido lo que me hacía feliz.
Siguió cortando.
Recordé que cuando era pequeña era feliz. Y cuando era pequeña yo tenía la nuca rapada, tenía el recuerdo de pasar mi mano y notarlo punzante pero suave.
Rapó mi nuca. Ella también tenía miedo a mi madre.
Mi padre se rió mucho. Creo que había comprendido que si él perdía pelo yo también, no le iba a dejar solo.
Volví a casa y mi madre empezó a chillar.
Lo primero que me dijo fue una mentira: te queda mal.
No me quedaba mal. Estuve varios años con el pelo así de corto y a todo el mundo le gustaba.
Era la época de las melenas largas y lisas y yo había decidido que no quería eso.
Te queda mal. Estás saliendo del armario. Es evidente que eres lesbiana. Pareces un chupachups. Por haber hecho esto me voy a divorciar de tu padre.
Y así en bucle. Primero media hora. Luego un año. Después otro.
Hasta que se cansó.
Cuando se dio por vencida yo ya había perdido mi sonrisa, mi melena y mi virginidad.
Tal vez en aquel momento perdí todo mi valor para ella.
Pero yo me sentía bien cuando me miraba en el espejo y veía mi pelo de lesbiana.
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