miércoles, 26 de febrero de 2020

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La mayoría de veces el psiquiatra me dice que lo lógico sería hacer un proceso de luto con mi madre y olvidar todo lo que yo esperaba de ella porque no va a llegar jamás.

Nunca va a ser esa madre que me despierte con cariño los fines de semana, ni la que me haga el desayuno cuando estoy enferma.

Será siempre la que ignora mi existencia y se limita a exhibir mis logros personales como propios. Será esa madre que buscando protegerme de todo lo que considera malo y perjudicial, aunque sea algo que vaya en mi, me lo prohíba.

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Me he pasado casi toda mi vida esforzándome, incluso cuando debería haberme limitado a llevar un camino mediocre por salud mental.

Me he pasado casi un cuarto de siglo buscando su aprobación y nunca llegaba.

Mi media era de notables y sobresalientes. Me felicitó la jefa de estudios personalmente y el director me deseó lo mejor. Su respuesta fue "¿Por qué no matrícula de honor?".

Hacía deportes, no me alimentaba de energía sino de ansiedad. A penas pesaba 55 kilos de músculo. Y siempre he sido celulítica. Ese era mi mote. Incluso cuando no llegaba bien a la media de peso durante la infancia. Incluso con trastornos de alimentación.

Siempre fui baja, aun siendo más alta que ella y su hermana. Más alta que el 90% de las mujeres de su familia.

Siempre fui demasiado latina. Como si yo pudiera cambiarlo. A veces deseo hacerlo.

Mi ropa nunca estuvo a la altura.

Pero todavía soy incapaz de hacer el luto y darla por muerta.

Ojalá se muriera de verdad. Sería todo mucho más sencillo para mi.

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