miércoles, 26 de febrero de 2020

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A veces, haciendo cosas banales como ver una película, pasear o ir de compras, me doy cuenta de que en mi casa la confianza nunca ha existido.

En mi casa nunca he tenido intimidad.

Por ejemplo: yo no puedo ir de compras con mi madre porque si yo pido una talla M ella va a reírse y comentar "por favor, traiga la XL", aunque la M parezca hecha a medida para mi. O porque va a abrir el probador de repente sabiendo a ciencia cierta que no me encuentro visible.

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Parece de primero de existencia vital que sin confianza o sin intimidad no se pueden construir relaciones entre humanos. Supongo que ella no acudió a aquellas clases.

Desde bien pequeña he intentado tener mi espacio. Sólo lo encontré cuando pude empezar a pintar. Ella tiraba mis dibujos porque no los entendía. Ese es todo el hueco que he tenido para mí. Yo rescataba mis dibujos de la basura y los guardaba en una carpeta vieja que encontré en casa de mis abuelos cuando murieron.

Nunca he comprendido que si quiero privacidad tengo que decirlo explícitamente "no quiero que absolutamente nadie entre en mi habitación". Si cierro la puerta será por algo, ¿no?

Si necesito silencio para estudiar tampoco lo tengo. Es similar a una mosca. Te sigue por la casa, te molesta y no aporta nada. Entra en mi habitación y silba. Canta. Me pregunta cosas absurdas hasta que la echo y entonces se hace la víctima.

Cuando se supone que uno comienza a crecer le regalan un diario. Ahí están sus deseos y sus miedos. Pero también están las cosas diarias y banales, como si has comido arroz con tomate o mierda puta pinchada en un palo.
Mi primer diario llegó a mis manos cuando tenía 7 años.
Mi madre comenzó a corregir en rojo mis faltas de ortografía cuando tenía 8.
Empecé a escribir insultos dirigidos única y exclusivamente a ella. No pudo decir nada porque era como admitir que leía mi diario, que violaba mi privacidad.
Así fue cómo empecé a asociar con ella el término "hija de puta".

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En vista de que no podía tener un diario me limité a no tener nada. No había una zona segura para mí.

Fui creciendo y llegué a la adolescencia. Tampoco tenía un diario, pero tenía una habitación en la que guardaba piedras o papeles que me recordaban a mis amigos.

La verdad es que desde que empecé la adolescencia hasta ahora ella siempre ha registrado mi habitación a su antojo. La DEA a su lado parece Bambi.

¿Qué esperabas?, ¿droga?

Jamás he sabido esa obsesión por buscar entre mis cosas. Además, si quiero drogarme, no lo voy a hacer en casa y menos sabiendo que me observas todo el rato.

Coleccionaba mecheros. Me gustaba quemar bolígrafos. Habló seriamente con sus amigas porque pensaba que fumaba.

Y así con todo. Si mis amigas me escribían una carta por mi cumpleaños poniéndose emotivas, las leía y lloraba. Me chillaba porque no se lo había mostrado. Es como si le hubieran escrito a ella. Así que empecé a tirar todas mis cosas, todo lo que hacía de mi un ser independiente.

Tiré mis mecheros y mis bolis quemados.


Pero mi mayor problema llegó con mi intimidad personal.

Existe en mi familia la creencia de que todo hay que compartirlo.

Por eso rebusca en la basura a ver si tiro compresas o estoy embarazada. Y las abre a veces para saber cuánto sangro.

Siempre quiere entrar cuando me estoy duchando. Cree que tiene derecho a verme desnuda por varios motivos. El primero, que es mi madre y ejerce un derecho. El segundo, que tengo exactamente lo mismo que ella y quiere verlo.

Jamás he agradecido lo suficiente al cielo el picaporte del baño.

Al final mi lugar secreto habita en mi cabeza y en esas zonas de internet que ella desconoce, como este blog.

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A veces piensa que tiene derecho a exigirme conocer determinadas cosas sobre mi vida: si tengo amigos, si tengo novio, cómo son los padres de mis amigos, de mi novio, dónde viven todos ellos, en qué trabajan.

Otras veces llega a casa chillando porque sus amigas se enteraron de algo referente a mi vida antes que ella. Como que fui a las ferias en verano.

"¿Acaso no confías en mi? Soy tu madre". Pero en realidad es una extraña.

Y cuanto más intenta penetrar en mi coraza, más me cierro.

No creo que esto tenga solución.

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