A menudo pienso en mi cumpleaños, en las cosas que me gustaría tener y que nunca voy a conseguir.
Es decir, en cosas que manifiesto en voz alta que me gustaría por mi cumpleaños y que mi madre dice al día siguiente de mi cumpleaños "ay, es que como yo no las tuve no sabía que se pudieran tener". Por ejemplo: globos, invitados de tu agrado, una tarta de chocolate.
Existen cosas que yo tampoco he tenido nunca como regalos que me gusten, piñata, montones de globos, velas de múltiples colores, servilletas de todavía más colores, banderines para colgar del techo, etc. Pero que cuando por algún motivo ha recaído una mínima responsabilidad sobre mi, me he esforzado al máximo. Lo cual implica que si yo me entero de que vas a pasar tu cumpleaños en mi casa o yo en la tuya; es decir, que vamos a coincidir en el espacio y el tiempo, voy a encargarme de que tengas todos los detalles. Porque parece que los detalles son chorradas, pero son permanentes en el tiempo.
Y yo lo que recuerdo de pequeña era siempre un límite determinado muy cerrado de invitados. Donde siempre iban a ser diez. Tanto si llegaba como si me faltaban amigos eran diez. Entonces aquello me resultaba hasta problemático porque no me hacía sentir cómoda.
Según iba creciendo recuerdo que yo dejé de poder elegir a mis invitados. Empezó a elegirlos mi madre. No importaba si me caían bien o mal, simplemente a mi madre le caían bien sus padres porque tenían dinero o algún tipo de prestigio. Estaban invitados. A los 11 años me harté y me planté. Y ya no volví a celebrar más nada.
Cuando he sido adulta hubiera deseado celebrar algunos años importantes como la mayoría de edad, los 20, los 25. Esa clase de números que tienen un halo especial y no tienes puta idea de porqué.
Algunas personas de mi alrededor iban cumpliendo los 18 y sus padres les organizaban movidas con amigos de la infancia y de toda la vida. Y yo me moría de envidia porque nunca nadie me invitaba y porque yo no tenía amigos con quien celebrarlo. Tampoco podía celebrar esos números de halo guay. No tenía ciertas raíces porque mi madre las había cortado porque a ella no le gustaban. Y punto en boca. Así que ahí estaba yo, observando en silencio.
Cuando cumplí 25 no esperaba una gran fiesta rodeada de amigos, pero quería una fiesta rodeada de mis primas. Le dije a mi padre que quería a mis primas, globos de helio de colores y un pequeño ramo de girasoles. Y comida casera que yo misma podría preparar y una tarta de chocolate con velas recicladas de haber cumplido 12 años y 20 o algo así, números reciclados. Se lo dije porque quería que en parte fuera un poco sorpresa.
Mi padre se lo comentó a mi madre con un total de cero discreción. Y mi madre me dijo que si quería celebrar mi cumpleaños era mi problema y que llamara yo. Porque ella no lo había tenido cuando cumplió 25, así que yo tampoco. Llegó mi día y no se celebró nada. De hecho, no soplé velas, no pedí mi deseo. Me sentí muy pequeña y rota. Así supe que a partir de aquel momento no podía pedir nada, ningún detalle, tampoco en mi supuesto día especial.
Imagino que algún día cumpliré 40 años y alguien que no sea yo se acordará de mi deseo.
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