sábado, 14 de noviembre de 2020

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Volver a casa tras la universidad fue como volver a enredarme en un nudo del pasado del que mi madre no es capaz de escapar.

Es como si una y otra vez se empeñara en revivir cada momento de mierda de su vida para no permitir que cicatrice ni una de sus heridas y así poder rebozarse en sangre y ponzoña siempre. Como si le gustase recordar la más mínima mierda. Y aún sabiendo que su familia es más tóxica que Chernobyl, tampoco les deja escapar. Un día simplemente se planta y grita, grita mucho y lo zanja diciendo "están todos muertos para mi". Y a las dos semanas vuelve a revivir todas las cosas horribles que le hicieron desde que tiene uso de memoria hasta la actualidad, busca razonar por qué algunas personas son dañinas y como no puede, se obceca, y da una brasa increíble.

Es algo así como que saca una libreta mental y empieza a desbarrar, a soltar mierda. Pero en vez de hacerlo en silencio o dejar tranquilos a los demás, te arrastra. Porque necesita que alguien le diga "uy, sí, que malos fueron aquella vez en 1960". Y te levantas para irte y te sigue por casa.

Es que imagina poder elegir hablar de cualquier otra cosa o estar en silencio y elegir siempre hablar incluso de daños que no te hicieron a ti, pero de los cuales necesitas victimizarte.

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Imagina construir siempre relatos -ficticios- que giren a tu alrededor, donde eres una pobre víctima. 

Incluso imagina poder haber mandado a la mierda a tu familia tóxica de los cojones y aun así haber elegido arrastrar a tu marido y a tu hija por el fango mil veces por el qué dirán. Porque prefieres guardar las apariencias.

Es que tu madre pasa de ti como de la mierda, no te quiere, se la sudas, te cuelga el puto teléfono, y tú todavía culpas a tus hermanos. No te quiere cerca, por favor, abre los ojos. Es que ya no das lástima, me das vergüenza ajena. Eres como esa amiga borracha que acosa a chicos en la barra del bar, déjalo ir.

Eres tan cansina que tus relatos se tornan mezquinos.

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