Suelo sentirme como un pino pocho que adorna un jardín donde nadie le presta atención.
No es un pino enfermo del todo. Tiene sus partes frondosas y verdes, robustas, aceptablemente bonitas; sin embargo, tiene otras zonas marrones, enfermas, seguramente muertas, comienza a no cumplir su función de estar tupido, simplemente quedan telas de araña a su alrededor.
Nadie le presta atención salvo si enferma gravemente, entonces es cuando comienzan a cuidar esas ramas mustias, enfermas. Pero mientras está bien parece estar obligado a ser totalmente autosuficiente, como si a nadie le importaran las plagas, si necesita abono o algún mineral que en esa tierra no puede conseguir.
Siento también que mi obligación es crecer hacia el sitio que sea. ¿Arriba? ¿Tal vez a los lados?
Salvando el trozo estropeado crezco sana (o eso creo e intento). Pero esta enfermedad me hace sentir impedida y veo que no soy capaz de desarrollarme al ritmo que desearía, más rápido.
De verdad que me esfuerzo. Pero algunos días no sé muy bien hacia dónde crecer.
Otras veces veo que soy otro tipo de arbusto, un jazmín del cabo tal vez. Con sus flores, no demasiadas, porque igual tampoco destaca demasiado. Es sobrio pero es bonito. Se limita a cumplir su función. Pero alguien llega y le arranca las flores. Le arranca sus sueños, le arranca su autoestima.
Nadie le ha enseñado a defenderse, no es un rosal, no tiene espinas. En casa le enseñaron que cuando a uno le parten la cara su obligación es poner la otra mejilla para que las cosas vayan bien. En su interior esta mentira está invalidada, pero en el jardín de sus dueños esta es la ley.
Eligió no ser venenoso y maltratar verbalmente a quien le hace daño, no es una adelfa.
Se limita a florecer cuando puede. Pero desearía no crecer en ese jardín.
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