En noviembre tuve que hacer una breve aproximación de mi situación y la verdad es que no es sencillo explicarlo porque no sabes muy bien qué puedes recortar y qué no de manera que quede coherente. Además, lo hice por escrito porque así podía trasmitirlo más fácil si lo consideraba necesario y yo no necesitaba verbalizarlo y ponerme en ningún tipo de peligro, porque así es como me siento cada vez que expongo lo que pasa entre estas cuatro paredes.
En cuanto me di cuenta de que íbamos a jugar al teléfono escacharrado vi que dejándolo por escrito era todo mucho más sencillo porque podía limitarse a reenviar mi carta y punto, salir del lío terrible donde yo le había involucrado. Sin embargo siento que este aspecto de mi vida es como la Filosofía, es un hecho real, no tangible y por lo tanto no siempre se entiende. Al estar hecho de ideas abstractas simplemente te limitas a intentar explicarte lo mejor que puedes.
Pero al intentar empezar a relatar me atascaba. Era como que me venían muchísimas palabras a la vez y tenía que vomitar literal y metafóricamente y al mismo tiempo me quedaba en blanco. Podía escupir la conclusión y se me hacía bola desarrollar el proceso. De hecho sentí que prefería volver a aquellos exámenes de definir lexema y morfema (y eso que siempre los suspendí) a tener que plasmar esta parte de mi.
Como decía aquel profesor de matemáticas que tuve, lo mejor será armarse de paciencia y comenzar por el principio, por lo básico. Y así fue.
Mi vida es todos los días (o la mayoría de ellos) gritos, palabras feas o que te digan que no haces absolutamente nada. Y si haces algo, como no has tenido en cuenta todas sus manías (las de mi madre), está mal hecho, por lo que procederá a ponerte mala cara.
Cosas feas no es que por decir que me gustaría tener privacidad (con 25 años) se me de un discurso sobre que eso significa que escondo cosas y soy una drogadicta. Claro que escondo cosas, todo el mundo lo hace, por eso necesito privacidad. Pero no necesariamente son cosas malas, simplemente quiero que sean exclusivamente mías.
No hacer absolutamente nada significa que como invierto casi todo mi tiempo en estudiar no he hecho su cama. Así que me puede gritar, llamar vaga, decir que soy un parásito y cada X tiempo amenazarme con echarme de casa. "Absolutamente nada", por algún motivo que desconozco se extiende a mis estudios. Nunca me ve hacer nada, pero aquí estoy.
Y hacer algo sin tener en cuenta sus manías y sus mierdas es igual a hacerlo mal, lo que significa que soy lo peor porque, por ejemplo, no plancho mis bragas o mis calcetines, lo cual es de cerdas y desaseadas. Entre otro millón de causas por las cuales no sólo no valgo para nada, sino que tampoco valgo para ningún hombre.
Otros días te abraza por las noches y te pregunta si cuando tengas 40 años y ella 80 vas a dejar de hablarle. Evidentemente. Seguramente antes. Tiene miedo (lo expresa verbalmente) de que no le hables como le pasa a ella con su madre. Y por tener la fiesta en paz le dices que nada de eso. Y tu voz interior te dice que eres una mentirosa. Al día siguiente, como no, te llama zorra paranoica por querer privacidad para ducharte.
Más o menos, a estas alturas puede verse ya lo complicado que es todo. Esto lleva a que a veces salte como un resorte y sea demasiado ruda a veces, no mido, simplemente se me ha olvidado. Creo que en mi pueden verse muchas cosas aunque permanezca en silencio. Es parte de la ansiedad que me come. Aún así, creo que necesito contar un poco más. Para mí no es mucho; sin embargo, es importante para todo el relato.
Yo soy muy consciente de que tengo y cometo errores. Por ejemplo, dos de ellos vienen severamente penados en la Biblia por ser pecados capitales: pereza y soberbia.
Volviendo a mis errores, uno aprende a crecer con sus mierdas, claro, es evidente. Los doma, los maquilla, los cambia. A veces vuelven. Pero yo también he aprendido a vivir cargando con sus culpas y con muchos de sus errores. No sé si se entiende, por si acaso lo explico a continuación.
El verano previo a irme a la universidad fui a su psiquiatra, psiquiatra al que, por cierto, ella había dejado de ir porque ya no le ayudaba (no le daba la razón). Yo le expliqué todo esto, estuve dos meses ensayando un relato de quince minutos para que pudiera resolver mis dudas, le dije quién era mi madre y finalmente le pregunté si de verdad todas estas cosas eran culpa mía.
Recuerdo que él abrió un gran archivador, sacó una carpeta, estuvo leyendo un rato y dijo tajantemente que no. Luego me ofreció pastillas porque ella no iba a cambiar. Y me fui. Me fui sintiéndome culpable por dejar atrás a mi padre pero con un alivio tremendo porque la universidad estaba lejos de mi madre.
Más adelante tuve que volver al psiquiatra. Imagina vivir a 500 kilómetros de alguien y que te siga amenazando, que te siga dando miedo. La amenaza siempre era: te corto el grifo y te dejo los estudios a medias. ¿Cómo se puede ser así? Además, señora, ¿qué grifo? Malvivo con becas y la única persona que me da dinero es mi padre. Pero me asustaba y me lo creía, así que tenía temporadas de mucha ansiedad y miedo, de paranoia con el dinero y la comida, así que lo acumulaba todo por si decía cerrarlo de verdad.
Un día llegó mi graduación y pensé que me moría. Me compró el vestido más barato que encontró. A dios gracias que yo no cabía en nada prestado del 2012 o del 2003, en mi vestido de comunión o en mi calzado del bautizo. Le prohibí que viniera a mi casa a ayudarme a nada, ni a vestirme ni a maquillarme, si nunca me había ayudado a nada pues ya me buscaría la vida para brillar yo sola ese día. Y brillé. Estuve una semana con tanta ansiedad que adelgacé un montón. Tenía muchísimo miedo a que me humillara delante de mis profesores y compañeros de clase. Pensé en no invitarla, pero, ¿quién iba a impedirle venir a Madrid? Además, se autoinvitó sola.
También perdí una beca Iberoamérica por su culpa.
Y en el año 2019, supongo que por fin, un psiquiatra lo llamó maltrato. Nunca nadie lo había llamado así. Estuve llorando en el portal de la consulta hasta que al portero le di lástima y decidí que me iba a mi casa.
Hasta aquí llega el relato denso de cosas básicas de los últimos años. Ahora la pandemia.
Recuerdo cuando empezó la cuarentena de la pandemia: moverse era muy complicado, pero días antes no era para nada imposible. La madre de un amigo me dijo que fuera a su casa y no estuviera sola. Además, siempre sería más fácil moverme menos de 100 kilómetros que más de 500.
Decidí no ir a ninguna parte porque tendría que mover cosas de mi máster, de mi teletrabajo y ropa. Ropa que habría sido de frío y luego llegó el verano... qué pereza. El pecado capital ese.
Un día de pasada lo comenté por teléfono. Pues no debí hacerlo, cristo. Que si quiero más a la señora esa que a mi madre (sí, pero esto es otro tema), que cómo se me ocurre irme allí (y yo friendo sanjacobos en mi casa), que soy una destrozahogares, una desagradecida, una mala hija, una hija de puta, que volviera inmediatamente a mi casa y luego a la suya, etc.
Y yo como: ¿es mi madre subnormal?
Cuando fui unos días en verano a recoger libros y otros trastos de mi piso de estudiante también hubo drama. Se me ocurrió ir a la piscina de una amiga de una amiga. Me espetó: ¿a que no te han llevado a la playa? Y la voz del meme ese que grita "no, bitch, no" se encendió en mi cabeza. No, mamá, en Toledo no hay playa. Y también hubo mil cosas más de que volviera, que era mala hija, que no la quería (pues no), etc.
Y así es como llegamos a noviembre, a cuando me ofreció mi familia política viajar a Canarias en diciembre con ellos por Navidad.
PUES CLARO QUE SÍ. Viviría con ellos si pudiera, en silencio para no molestar, siempre estoy en silencio. Comería migas del suelo si fuera preciso. Pero no quiero ir de viaje porque no quiero que me lo amarguen. No tiene sentido y tampoco es útil hablar con mi madre y negociar. ¿Hubiera sido útil negociar con Bin Laden? Pues ya está. Por eso yo la tengo bloqueada en todas las redes sociales, para evitar rollos de estos, para evitar que vea que paso tiempo con cualquier otra persona y soy feliz y les investigue.
Además, tampoco tengo dinero. Podría pedirlo y luego mi madre me lo echaría en cara. Me parece un dinero muy caro con el que no estoy dispuesta a lidiar, y menos sujeto a mentiras. Porque dirá cosas del tipo "me tuve que quitar de muchas cosas para pagarte esas vacaciones" y no es cierto. Como cuando se tuvo que quitar de muchas cosas para pagar mi Máster de Historia Contemporánea y pagó un BMW al contado.
Por eso pienso que cosas tan cotidianas como poder viajar me pueden salir demasiado caras y yo no estoy dispuesta a pagar ese precio.