martes, 15 de diciembre de 2020

-40-

En noviembre tuve que hacer una breve aproximación de mi situación y la verdad es que no es sencillo explicarlo porque no sabes muy bien qué puedes recortar y qué no de manera que quede coherente. Además, lo hice por escrito porque así podía trasmitirlo más fácil si lo consideraba necesario y yo no necesitaba verbalizarlo y ponerme en ningún tipo de peligro, porque así es como me siento cada vez que expongo lo que pasa entre estas cuatro paredes.

En cuanto me di cuenta de que íbamos a jugar al teléfono escacharrado vi que dejándolo por escrito era todo mucho más sencillo porque podía limitarse a reenviar mi carta y punto, salir del lío terrible donde yo le había involucrado. Sin embargo siento que este aspecto de mi vida es como la Filosofía, es un hecho real, no tangible  y por lo tanto no siempre se entiende. Al estar hecho de ideas abstractas simplemente te limitas a intentar explicarte lo mejor que puedes.

Pero al intentar empezar a relatar me atascaba. Era como que me venían muchísimas palabras a la vez y tenía que vomitar literal y metafóricamente y al mismo tiempo me quedaba en blanco. Podía escupir la conclusión y se me hacía bola desarrollar el proceso. De hecho sentí que prefería volver a aquellos exámenes de definir lexema y morfema (y eso que siempre los suspendí) a tener que plasmar esta parte de mi.


Como decía aquel profesor de matemáticas que tuve, lo mejor será armarse de paciencia y comenzar por el principio, por lo básico. Y así fue.

Mi vida es todos los días (o la mayoría de ellos) gritos, palabras feas o que te digan que no haces absolutamente nada. Y si haces algo, como no has tenido en cuenta todas sus manías (las de mi madre), está mal hecho, por lo que procederá a ponerte mala cara.

Cosas feas no es que por decir que me gustaría tener privacidad (con 25 años) se me de un discurso sobre que eso significa que escondo cosas y soy una drogadicta. Claro que escondo cosas, todo el mundo lo hace, por eso necesito privacidad. Pero no necesariamente son cosas malas, simplemente quiero que sean exclusivamente mías.

No hacer absolutamente nada significa que como invierto casi todo mi tiempo en estudiar no he hecho su cama. Así que me puede gritar, llamar vaga, decir que soy un parásito y cada X tiempo amenazarme con echarme de casa. "Absolutamente nada", por algún motivo que desconozco se extiende a mis estudios. Nunca me ve hacer nada, pero aquí estoy.

Y hacer algo sin tener en cuenta sus manías y sus mierdas es igual a hacerlo mal, lo que significa que soy lo peor porque, por ejemplo, no plancho mis bragas o mis calcetines, lo cual es de cerdas y desaseadas. Entre otro millón de causas por las cuales no sólo no valgo para nada, sino que tampoco valgo para ningún hombre.


Otros días te abraza por las noches y te pregunta si cuando tengas 40 años y ella 80 vas a dejar de hablarle. Evidentemente. Seguramente antes. Tiene miedo (lo expresa verbalmente) de que no le hables como le pasa a ella con su madre. Y por tener la fiesta en paz le dices que nada de eso. Y tu voz interior te dice que eres una mentirosa. Al día siguiente, como no, te llama zorra paranoica por querer privacidad para ducharte.

Más o menos, a estas alturas puede verse ya lo complicado que es todo. Esto lleva a que a veces salte como un resorte y sea demasiado ruda a veces, no mido, simplemente se me ha olvidado. Creo que en mi pueden verse muchas cosas aunque permanezca en silencio. Es parte de la ansiedad que me come. Aún así, creo que necesito contar un poco más. Para mí no es mucho; sin embargo, es importante para todo el relato.

Yo soy muy consciente de que tengo y cometo errores. Por ejemplo, dos de ellos vienen severamente penados en la Biblia por ser pecados capitales: pereza y soberbia.
Volviendo a mis errores, uno aprende a crecer con sus mierdas, claro, es evidente. Los doma, los maquilla, los cambia. A veces vuelven. Pero yo también he aprendido a vivir cargando con sus culpas y con muchos de sus errores. No sé si se entiende, por si acaso lo explico a continuación.

El verano previo a irme a la universidad fui a su psiquiatra, psiquiatra al que, por cierto, ella había dejado de ir porque ya no le ayudaba (no le daba la razón). Yo le expliqué todo esto, estuve dos meses ensayando un relato de quince minutos para que pudiera resolver mis dudas, le dije quién era mi madre y finalmente le pregunté si de verdad todas estas cosas eran culpa mía.
Recuerdo que él abrió un gran archivador, sacó una carpeta, estuvo leyendo un rato y dijo tajantemente que no. Luego me ofreció pastillas porque ella no iba a cambiar. Y me fui. Me fui sintiéndome culpable por dejar atrás a mi padre pero con un alivio tremendo porque la universidad estaba lejos de mi madre.

Más adelante tuve que volver al psiquiatra. Imagina vivir a 500 kilómetros de alguien y que te siga amenazando, que te siga dando miedo. La amenaza siempre era: te corto el grifo y te dejo los estudios a medias. ¿Cómo se puede ser así? Además, señora, ¿qué grifo? Malvivo con becas y la única persona que me da dinero es mi padre. Pero me asustaba y me lo creía, así que tenía temporadas de mucha ansiedad y  miedo, de paranoia con el dinero y la comida, así que lo acumulaba todo por si decía cerrarlo de verdad.
Un día llegó mi graduación y pensé que me moría. Me compró el vestido más barato que encontró. A dios gracias que yo no cabía en nada prestado del 2012 o del 2003, en mi vestido de comunión o en mi calzado del bautizo. Le prohibí que viniera a mi casa a ayudarme a nada, ni a vestirme ni a maquillarme, si nunca me había ayudado a nada pues ya me buscaría la vida para brillar yo sola ese día. Y brillé. Estuve una semana con tanta ansiedad que adelgacé un montón. Tenía muchísimo miedo a que me humillara delante de mis profesores y compañeros de clase. Pensé en no invitarla, pero, ¿quién iba a impedirle venir a Madrid? Además, se autoinvitó sola.

También perdí una beca Iberoamérica por su culpa.

Y en el año 2019, supongo que por fin, un psiquiatra lo llamó maltrato. Nunca nadie lo había llamado así. Estuve llorando en el portal de la consulta hasta que al portero le di lástima y decidí que me iba a mi casa.

Hasta aquí llega el relato denso de cosas básicas de los últimos años. Ahora la pandemia.



Recuerdo cuando empezó la cuarentena de la pandemia: moverse era muy complicado, pero días antes no era para nada imposible. La madre de un amigo me dijo que fuera a su casa y no estuviera sola. Además, siempre sería más fácil moverme menos de 100 kilómetros que más de 500. 

Decidí no ir a ninguna parte porque tendría que mover cosas de mi máster, de mi teletrabajo y ropa. Ropa que habría sido de frío y luego llegó el verano... qué pereza. El pecado capital ese.

Un día de pasada lo comenté por teléfono. Pues no debí hacerlo, cristo. Que si quiero más a la señora esa que a mi madre (sí, pero esto es otro tema), que cómo se me ocurre irme allí (y yo friendo sanjacobos en mi casa), que soy una destrozahogares, una desagradecida, una mala hija, una hija de puta, que volviera inmediatamente a mi casa y luego a la suya, etc.
Y yo como: ¿es mi madre subnormal?

Cuando fui unos días en verano a recoger libros y otros trastos de mi piso de estudiante también hubo drama. Se me ocurrió ir a la piscina de una amiga de una amiga. Me espetó: ¿a que no te han llevado a la playa? Y la voz del meme ese que grita "no, bitch, no" se encendió en mi cabeza. No, mamá, en Toledo no hay playa. Y también hubo mil cosas más de que volviera, que era mala hija, que no la quería (pues no), etc.

Y así es como llegamos a noviembre, a cuando me ofreció mi familia política viajar a Canarias en diciembre con ellos por Navidad.
PUES CLARO QUE SÍ. Viviría con ellos si pudiera, en silencio para no molestar, siempre estoy en silencio. Comería migas del suelo si fuera preciso. Pero no quiero ir de viaje porque no quiero que me lo amarguen. No tiene sentido y tampoco es útil hablar con mi madre y negociar. ¿Hubiera sido útil negociar con Bin Laden? Pues ya está. Por eso yo la tengo bloqueada en todas las redes sociales, para evitar rollos de estos, para evitar que vea que paso tiempo con cualquier otra persona y soy feliz y les investigue.
Además, tampoco tengo dinero. Podría pedirlo y luego mi madre me lo echaría en cara. Me parece un dinero muy caro con el que no estoy dispuesta a lidiar, y menos sujeto a mentiras. Porque dirá cosas del tipo "me tuve que quitar de muchas cosas para pagarte esas vacaciones" y no es cierto. Como cuando se tuvo que quitar de muchas cosas para pagar mi Máster de Historia Contemporánea y pagó un BMW al contado.


Por eso pienso que cosas tan cotidianas como poder viajar me pueden salir demasiado caras y yo no estoy dispuesta a pagar ese precio.

lunes, 14 de diciembre de 2020

-39-

Desde hace años me siento como un pájaro dentro de una jaula. No un pájaro cualquiera, un cuervo, negro y grande, con mis patas grandes, en mi jaula pequeña de oro. Y mi meta vital es huir, casi siempre ha sido la misma, o al menos yo tengo esa sensación. 

Cuando fui al psiquiatra esta última vez me sentía con fuerzas de seguir intentando escapar, pero cada vez me siento más cansada. Me siento como un náufrago en el mar, estoy cansada y triste, estoy hastiada. No encuentro motivación. Y me asusta pasar o haber pasado toda mi vida pensando en el futuro y ver que no llega. No tengo motivación vital ni demasiada concentración. Es agotador existir.


A veces imagino que en vez de tener una enfermedad en el alma tengo una enfermedad como pulmonía pero en mi casa nadie ve que toso, que me ahogo, que me encuentro mal y que los médicos me dan antipiréticos, antitusivos, etc.

Mi madre no lo ve porque siente que le hago la competencia, como si yo hubiera elegido tener esta mierda. Yo sé que siente que no tengo derecho a tener esta enfermedad de la depresión y la ansiedad porque no he tenido una vida tan dura como la suya. Ella establece los parámetros. Si eres un negro de una tribu africana sin acceso a agua, bueno, tal vez. Si soy yo: ni de coña. Me parece, cuanto menos, surrealista que una persona que ha pasado por varias depresiones sea incapaz de empatizar con otras personas que están en ese puto agujero, las juzga y les espeta frases del tipo "tan mal no estarás si sales a la calle".

Mi padre no lo ve porque no lo quiere ver, porque la depresión en su mundo es de débiles y cree que no tengo derecho a estar patológicamente triste si tengo todo. Pero, ¿qué es todo? Porque yo no me siento querida ni apoyada por mis padres, yo no me siento comprendida, yo sólo siento que he seguido un camino que ellos han trazado y que he tenido la suerte de que me gustase.

Ambos me suelen decir "a mi me gustaría llorar con tus ojos". Y es entonces cuando empiezan a decirme lo horrible que fue su infancia en la que no existían cosas como los teléfonos móviles o la educación emocional parental. Y yo, que puestos a jugar a la hipocresía, soy una burra, les digo, "bueno, en el mundo hay muchos niños que han tenido que ir a la guerra y no les veo quejarse". O alguna cosa por el estilo. 

Normalmente esta mierda de llorar con mis ojos me hace sentir un agotamiento emocional tremendo. Porque, ¿para qué empatizar? Es más fácil hacerte sentir todavía peor.



Otras veces me siento tan cansada que no se ya muy bien hacia dónde está yendo mi camino. Pienso que debería demandar a todas las personas que se vieron involucradas en mi proceso de adopción: psicólogos, trabajadores sociales, abogados, etc. Sacarles cada euro, exprimirlos hasta que pueda yo comenzar mi propio camino, hasta  que pueda construir algo sólido para mi, lejos o cerca, pero sola y segura. Desearía gritarles por todo el daño que he sentido y siento. Y aún infringiéndoles daño físico no creo que pudieran alcanzar a comprender nada.

-38-

Me he pasado toda mi vida escuchando que soy una mentirosa patológica y puede que sí lo sea. Pero para mi es la única manera de ser, la única manera en la que se me ha permitido funcionar.
Evidentemente no miento a todo el mundo, pero siempre que discuto con mi madre me llama mitómana. Me llama muchas más cosas, pero esta siempre me llama poderosamente la atención. A veces ella no recuerda que hayan sucedido X cosas, entonces tú eres una mentirosa, me parece una maravilla, es una falacia de autoridad de la hostia. Y salvo que no haya alguien alrededor que le diga "en realidad sí que pasó lo que ella dice", no retira lo de mentirosa.


Dicen que los mitómanos son mentirosos compulsivos, pero no tengo ni idea. Supongo que sí.

Lo que a mi me ha pasado es que he crecido dentro de un puño apretado. Cuando alguien nace sin oxígeno nace con daño cerebral. Así que podemos decir que mi daño cerebral metafórico está en mi manera de relacionarme: yo no sé dónde está el límite de adornar las cosas para agradar a los demás. Esto creo que lo aprendí con 7 años a la salida de un Eroski cuando mi madre me chilló que yo no tenía derecho a contradecir lo que ella decía, aunque fuera una mentira, así que comencé a participar en ellas para hacerlas más grandes y bonitas. No me dijo que no me metiera en conversaciones de adultos, me dijo que no contradijera sus mentiras, usando la palabra mentiras, y si acaso animándome a participar en ellas de manera indirecta.

El caso es que a mi me gustaba participar en aquellas mentiras porque recibía afecto a cambio. Lo malo es que comencé a crecer y a darme cuenta de que podía mentir a mi propia madre para hacerle sentir lo que yo quería. Creo que eso se llama manipulación afectiva, manipulación en cualquier caso. Era divertido. No es que yo fuera una persona conflictiva. Pero por ejemplo, si yo suspendía exámenes siempre decía que me había ido bien, así ella se despreocupaba y me dejaba tranquila, hasta que llegaban las notas y los suspensos. Ay. 

Evidentemente cuando mientes de pequeño mientes en cualquier nimiedad, no es algo elaborado. Pero según creces casi que tienes que llevar un diario para no ir perdiendo detalles por el camino. Siendo muy cría leí en una revista de ciencia en la consulta del dentista que un hecho cierto tenías que ser capaz de contarlo al derecho y al revés; es decir, en orden cronológico normal y también inverso. Así que cuando necesitaba mentir sobre mis notas o sobre qué había hecho elaboraba un relato simple que fuera capaz de recordar y que pudiera contar siguiendo esa norma.


Fui creciendo y como aquello funcionaba jamás me planteé abandonarlo. Se había convertido en una rutina. A mi me valía. Además, siempre he llevado fatal dar cualquier tipo de explicación a los adultos (en realidad sólo a mi madre). ¿Adónde vas? Mentira. ¿Con quién vas? Otra mentira. ¿Qué has hecho hoy? Otra mentira. ¿Qué tal en el psiquiatra? Otra bola más. Desde que tengo uso de razón.

Creo que esto es producto de mi madre controladora. 
No es que mi madre me hiciera la típica batería de preguntas de ¿adónde vas?, ¿con quién?, ¿cuándo vuelves?
Su batería incluía, ¿quiénes son sus padres?, ¿en qué trabajan?, ¿cuánto dinero ganan?, ¿dónde viven? Y otras preguntas para las que una persona de entre 14 y 18 años no tiene respuestas ni ganas de obtenerlas, y tampoco ganas de pararte en la puerta todos los días a explicarlo.
Si no había respuesta a esto o una respuesta del tipo "cagan dinero" mi madre me decía "pues no sales". Y a tomar por el culo. 

Otra razón por la que tengo tan interiorizada la mentira es porque me ha ayudado a tener la fiesta en paz. Siempre me ha hecho vivir a la sombra de alguien, siempre alguien ha tenido una nota mejor que la mía. Por eso cuando me preguntaba qué tal un examen y Ana decía "yo he sacado un 8" yo decía "yo también, aunque hubiera sacado un 2 o un 3. Tenía (y tengo) la autoestima totalmente anulada. Siempre ha habido alguien mejor que yo, incluso un desconocido de la puta calle. Y siempre me lo ha restregado por la calle. Precisamente por ese temor al fracaso, a que me retirase su cariño y a que me castigara con gritos e indiferencia yo mentía. Así estaba todo bien (al menos durante un tiempo).

Entonces, llegados a este punto, igual sí que soy una mitómana, pero sólo con ella. No tiene cura y no tengo intención de curarme.

Otras veces pienso que me sale mentir en automático cuando estoy conociendo a la gente como si yo buscara resultar socialmente más atractiva, como si lo que yo ofreciera no fuera suficiente. Pero no lo hago, son pensamientos intrusivos. 

-37-

Algunos días pienso en los mensajes contradictorios que recibo y no tengo claro qué hacer con ellos más allá de ignorarlos porque, al fin y al cabo, han jugado con mis ilusiones y mis sentimientos.

Cuando era pequeña, como todos los niños, tenía ideas muy abstractas e irreales de mi propio futuro. Siempre soñaba con una casa con una puerta y dos ventanas, con un coche rojo y una piscina. Luego creces y te das cuenta de que todas esas cosas no caen del cielo. Así que de momento sólo tengo una ventana, la de mi habitación. 

De alguna manera pienso que no todo son mensajes contradictorios. He ido descubriendo que también son procesos de duelo patológicos que he ido sanando ya de adulta. Y creo que acabo de llegar a esa tal adultez. 

Por algún motivo me siento totalmente estafada.


Siempre he querido ser de mayor lo que las demás personas esperaban de mi. Siempre quería copiar a un adulto de éxito. Otras veces pensaba que mi destino era copiar a un adulto de relativo éxito muerto para que el resto de la familia pudiera disfrutar a través de mi lo que quedó en el tintero. Y nadie me dijo que aquello estaba mal. ¿Acaso nadie veía que una niña de 11 años no podía cubrir sus necesidades?

Ahora veo que no quería nada de todo aquello y que desde muy pequeña siempre he querido ser ilustradora de cuentos infantiles, pero ahora me parece imposible alcanzar esto o aquello porque siento que voy subida en un tren y que va muy rápido para saltar en marcha. Tal vez en la próxima vida.

Nunca quise estudiar económicas como decía con 13 años, ni tampoco ingeniería como dije con 15, ni derecho con 17. Y así hasta el infinito. Siento que he querido cumplir sueños frustrados de la gente y no he sabido ver más allá. 

miércoles, 9 de diciembre de 2020

-36-

Creo que nunca me he sentido escuchada y que toda mi vida ha sido aprender a base de caerme al suelo. Hay cosas de mi propia existencia, inherentes a mi, que siempre han estado ahí, que normalmente deberían explicarte desde pequeño. Como si fueran un libro de instrucciones introductorio para la vida adulta y que más o menos decidas que puedas hacer con esa basura de rasgo que te ha tocado: si lo aprovechas, si lo desprecias, si lo utilizas de manera mediocre, si lo camuflas, si lo compartes, etc. Puede ser cualquier rasgo: puedes ser introvertido, extrovertido, dominante, sumiso, soberbio y así hasta el infinito. Todo es matizable.

Pero nunca he sentido que nadie me haya dicho tienes estas o aquellas cualidades. Simplemente mi madre siempre ha señalado todos mis defectos y a tomar por el culo. La única cualidad que igual podía tener era mi inteligencia seguida de un enorme PERO. Pero eres una vaga, zángana, desganada, perezosa, holgazana, remolona, indolente, haragana, negligente.

Mis profesores tampoco nunca han destacado nada en mi. De hecho, si sacaba un 7 o un 8 me bajaban a un 6 y apuntaban debajo: aprende a esforzarte más. Me cago en las tetas de la Virgen para que el Niño mame mierda, que no te estoy pidiendo que me llames "puta fiera" ni que me hagas un pasillo y tires confeti según entro por la puerta, ni me beses los pies.

En el fondo siento que todo el mundo ha tirado del único don que tenía hacia abajo. Y si me diversificaba porque me gustaban muchas cosas es que no me centraba, vaya vergüenza, que no sepa qué me gusta (es evidente que no pueden gustarte varias cosas o no se te pueden dar varias cosas).



Con los años, de ser una de esas niñas graciosas y alegres me fui convirtiendo en una de esas personas que beben limón ácido y vinagre. Total, era tonta, era vaga, podía esforzarme más.

Podía destacar en dibujo técnico y en plástica, en biología, en idiomas varios, en física pero no en química, en literatura pero no en lengua, en historia, en historia del arte, en latín. Pero nunca ha sido suficiente. Hasta que no he mirado atrás hace poco no me he dado cuenta de todo el camino que he recorrido yo sola porque nunca nadie me ha regalado nada, porque si han podido me han puesto la zancadilla varias personas a la vez (incluyendo profesores siendo menor de edad e incluyendo a mi propia madre).

Pero conozco todos mis defectos y me pesan más. No me miro al espejo porque me ayuda a coexistir mejor con ellos. Se que soy relativamente paticorta, demasiado ancha de muslos, demasiado ancha de espaldas, que mi nariz está torcida, que mi nariz se fue aplastando debido a los partidos de rugby. También se que cada día me vuelvo más inflexible, más intratable, más solitaria, tan intransigente. Que de adolescente era la cosa más soberbia, más venenosa, porque no sabía pegar con los puños y sólo tenía la palabra. Y a día de hoy me sigue quedando el don de hacer llorar con las palabras si así lo deseo (tanto para bien como para mal).

Me miro y veo un monstruo.

Otras veces me miro y no me reconozco. Esa persona es una desconocida, pero resulta que soy yo.

Me encuentro mal conmigo misma porque a veces personas externas ven belleza en mi. Ven que mi nariz es bonita, que mis piernas son fuertes, que escribo relatos dignos de ganar un concurso, que mi moralidad recta está bien y yo no sé qué decir.

¿Acaso no soy suficientemente inteligente?

Es evidente que no. Porque cada día me lo recuerda. Que mi inteligencia de persona joven le recuerda a ella, pero que ella era muy estúpida, que me voy a comer muchas hostias.

Y luego habla de lo maravillosa que es, de lo inteligente que es, de lo lista que es.

Pero yo no veo nada de eso, ni una sombra apenas. Veo a una persona académicamente trabajadora y punto. Porque una persona inteligente creo que no trataría a su hija como si fuera basura que se encuentra por la calle. Y creo que cuando ella hace su propio autobalance ahora, llegando al ocaso de su vida laboral ve un abismo. No tiene amigos. 

Sin embargo, siempre que puede me para para recordarme que ella se ve reflejada en mi. Que soy muy inteligente pero que ella más. 

Y de verdad que me gustaría que esto parase para poder dejar de sentirme como una mierda. 

Me está fagocitando.

-35-

Existen días buenos, días malos y días mediocres.

Los días malos son muchos. Los días buenos son aquellos que paso sola o en los que no está. Los días mediocres son aquellos en los que parecía que tenía algún interés en escuchar algo que ibas a decir, te deja hablar unos quince minutos de tus sentimientos y luego te habla tres horas de sus dramas del pasado.

Cuando era más cría me gustaban los días mediocres porque pensaba que eran días buenos. Según fui creciendo me di cuenta de que me estaba utilizando para hacer terapia y yo no tengo por qué cargar con la mierda de nadie, menos mierda tan grande, tan densa y desde tan temprana edad. Básicamente porque no tengo herramientas para autogestionarme, así que, bueno, yo no tengo que ejercer de salvavidas de nadie.


Desde que me fui alejando con la edad tiene que venir a buscarme y supongo que para ella es un tedio. He dispuesto mi habitación y mis costumbres dentro de ella de tal manera que si alguien interrumpe no puede sentirse cómodo en mi cubículo a menos que yo lo desee. Esto supongo que es una ventaja de que me haya encerrado desde siempre en la habitación más mierdosa de toda la casa, que al final la inhospitalidad se vuelve en su contra también y yo ya estoy acostumbrada.

Creo que uno de sus temas favoritos a tratar siempre es echar mierda a mi padre. No como persona. Evidentemente es imperfecto. Tiende a hablar gritando, es un cotilla, se le olvidan muchísimas cosas, etc. Me refiero a que se despacha a gusto en el ámbito del matrimonio.

Cuando yo era una niña vivía aterrada porque a veces él llegaba de trabajar y ella tenía ganas de pelea. Empezaba a gritar. Siempre grita. Recuerdo sentarme contra una de las paredes de nuestra cocina llena de recovecos y llorar allí sin decir nada, al fin y al cabo aquello no iba conmigo. Y un día, con siete años, ella me metió en la dinámica. Yo podía opinar sobre si era mejor que se divorciaran. De repente sí que iba conmigo, ahora ya podía gritar desde mi rincón en pijama que por favor parasen. Y entonces ella se calmaba repentinamente, me miraba, me daba la mano y me decía, "lo mejor es que papá y mamá se separen". Casi veinte años después mamá sigue chillando a papá en la cocina.

Recuerdo -ahora con cierta risa- que un verano que volví de la universidad discutieron y ella amenazó con matarle. Él sacó el cuchillo más grande que encontró en la cocina y le dijo: vale. Y allí estaban los dos con un cuchillo en el medio pasándoselo el uno al otro. Era como ver la televisión porque lo estaba viendo desde el rellano sentada en las escaleras. Y entonces, imagino que harta de la situación, al borde de morir ahogada en mi propia crisis de ansiedad y mi propio llanto, empecé a chillarles que cuál era su puto problema, abrí la puerta de casa y lancé el cuchillo afuera al jardín.


Volviendo sobre el tema, ella suele esperar a que mi padre se marche a la compra o a hacer vida social. Ese tipo de salidas que exigen cierto tiempo fuera de casa. Me ve sola y casi que se abalanza sobre mi. Desde muy niña comenta cosas privadas de su matrimonio que debería haber delegado en amigas o en un terapeuta. Al principio no sabía como zafarme, así que empecé a ver a mi padre hasta con malos ojos porque pensaba que él hacía mucho mal y que este era intrínseco al matrimonio por su culpa. Con los años me di cuenta de que las cosas no pueden ser de color blanco o negro, así que empecé a decirle que si algo le molesta siempre puede hablarlo con él, resignarse porque algunas cosas nunca van a cambiar o divorciarse.

Otras veces comienza una discusión banal en la mesa y la hace escalar rápidamente. Como siempre somos tres a la mesa me mira como una hiena esperando el desempate. Y cuando sentencio "nadie te obligó a casarte" se retira como la zorra de las fábulas de Esopo diciendo que las uvas no las coge no porque no llegue, sino porque están verdes.