domingo, 17 de enero de 2021
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sábado, 16 de enero de 2021
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Algunas veces intento mirarme como si no me conociera y lo primero que pienso es que soy como una de esas ratas que viven escondidas en los techos de las casas y que esconde sus pequeños tesoros para que nadie se los robe. En mi caso los tesoros suelen ser cosas que escribo o que me escriben, como postales.
Es una tontería, pero siento que sólo tengo un cajón secreto y es gracias a que ahorré para poder meter dentro una pequeña caja fuerte.
Cuando tuve que volver a casa traje muchos recuerdos metidos en cajas de cartón. Tuve que hacer un gran esfuerzo para seleccionar algunos de esos recuerdos y tirar todos los demás. Actualmente se encuentran divididos entre una caja de cartón precintada (y que sería muy obvio desprecintar) y la tal caja con llave. No son grandes cosas. Ningún seguro me pagaría nada por ellas. Seguramente, si alguien me robara las cajas las tiraría al ver lo que hay dentro.
Me siento como un pequeño ratón que siempre tiene miedo, así que con lo poco que tiene corre en dirección a lo que le parece humillantemente seguro: un pequeño agujero.
También me siento extraña porque no tener intimidad hace que guarde absolutamente todo para mi, que tire cosas que me resultan emocionalmente valiosas o importantes porque no quiero compartirlas o que me sean arrebatadas. Siento que poseer rinconcitos me permite huir de los interrogatorios incómodos basados en supuestos absurdos.
Si lo pienso detenidamente me he pasado toda mi vida huyendo a buscar un escondite. Desde antes de comenzar la adolescencia ya guardaba cosas debajo del colchón, dentro de las fundas de los cojines, en el pupitre de clase, en la mochila de deporte, entre los asientos del coche, en el garaje.
Pero ella siempre lo encontraba porque siempre se ponía en lo peor, como drogas. Estuvo obsesionada con encontrar drogas en mi habitación durante toda mi adolescencia. Nunca las encontró, nunca las hubo.
Me siento desde los 7 años como si no tuviera casi raíces emocionales y como si las que tuviera me viera en obligación de esconderlas para protegerlas. Como si mis bienes fueran pequeños y frágiles brotes de tulipanes y ella fuera granizo.
Creo que nunca he tenido intimidad de ningún tipo.
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La cuestión anterior me ha llevado a rememorar todo el odio que tengo hacia los regalos. Los odio porque siempre he tenido que cambiarlos o compartirlos con ella. ¿Pero como eres tan mala persona?
Estuve haciendo memoria y no es que tenga que compartir mi ropa con ella (aunque ella la haya despreciado en incontables ocasiones). Es que cuando era mi cumpleaños y recibía regalos de amigos del cole que eran invitados a mi fiesta ella siempre pedía el ticket. Podía gustarme el regalo, pero, ¿y qué? Ella lo cambiaba por un vale regalo y lo mismo se acababa gastando en cualquier otra mierda. Los libros de lectura se cambiaban por un vale que al final resultaba ser material escolar. La papelería bonita se cambiaba por un vale regalo que al final resultaba gastarse en el uniforme del colegio. Y podemos prolongar esto hasta el infinito.
Y no estoy teniendo en cuenta esas veces que la gente te decía que no te daba el ticket porque o no lo tenía o igual era un regalo regalado. Pero eso también era embarazoso. Como cuando recibí una cartera de Tous que me gustaba y quiso cambiarla y llegó a llamar a la madre de mi tía para ver si era cierto eso de que no tenían el ticket. Porque yo no merecía tener una cartera bonita, merecía corticoles de mierda de los cojones. Al final aquella pobre chica llamó disculpándose porque no tenía el ticket. ¿Pero por qué obligas a la gente a disculparse por algo de lo que no tiene culpa?
Tampoco he entendido muy bien nunca que siempre tenga que justificar si quiero que se me regale algo el uso que le voy a dar. Quiero esto porque yo no me lo puedo permitir y tú sí, es un regalo, a veces simplemente las cosas se dan porque esperas que la otra persona sea feliz y punto. Pues no. Tenía que establecer un aprovechamiento. Y por eso supongo que nunca pido nada y pienso que todo lo que deseo en el ámbito material son caprichos que no merecen ser satisfechos aunque puedan serlo.
Por otro lado tampoco sé cómo explicar qué porcentaje de aprovechamiento se le pueden dar a cosas como pinceles o pintura. Muchas veces simplemente te enamoras de determinada afición o de un determinado objeto y lo deseas.
Voy camino de los 30 años y me da vergüenza pedir una cámara de fotos decente. De verdad que siempre pienso en ella. Pero como tenemos una con el objetivo roto, ¿para qué quiero otra?
Siento que camino en círculos de diámetro tan pequeño que cuando lo pienso demasiado me mareo y lo doy todo por perdido.
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Muchas veces pienso que soy gilipollas por pensar o por albergar algún tipo de esperanza en que las cosas cambien. Las cosas no van a cambiar. Y "las cosas" pueden ser cosas abstractas o no.
Hoy por ejemplo me siento totalmente estúpida por no haberla visto venir. Pero es que yo creo que me siento en las vías del tren pensando que me da tiempo a tumbarme y que me pase por encima sin dañarme, pero luego veo que cuando entra dentro de la ecuación todo se pone patas arriba, y lo que era un riesgo que pensaba controlado al final resulta en ella vendándome los ojos y tapándome los oídos para que el tren me pase por encima.
Tras invertir toda la campaña navideña en demostrar que es una persona mejor que todas las demás, fuerte, independiente, llena de coraje para plantarse frente a las multinacionales y decir que no necesita nada bajo el árbol, hoy ha pasado lo inevitable, lo que siempre pasa.
HOY ME HA EXIGIDO QUE COMPARTA MI PANTALÓN DE REYES MAGOS CON ELLA.
Desde que tengo un cuerpo adulto siempre me exige que mis cosas las comparta con ella. Te viene de buen rollo. Eh, es tu amiga, tu colega. Para nada es esa persona que te lleva haciendo sentir como una mierda tantos años. Y entonces te pide algo que para ti es importante. Primero porque igual está hasta sin estrenar, segundo porque te lo han regalado por tu cumpleaños, Navidad o una fecha señalada de amistad. Y como dices que no pues te insulta.
Que me llame egoísta me lo tomo como un gran insulto. ¿Cómo alguien como tú se atreve a llamarme egoísta? No querías nada por Reyes. Pues estos son los míos y no quiero compartirlos contigo. No mostraste interés en celebrar mi cumpleaños, pues no me pidas que comparta contigo quién me ha felicitado, no te importa.
Tienes suficiente dinero como para ir a la misma tienda y comprarte mil pantalones de pana. Pero te entra frío ahora. Y los quieres ahora porque los tengo yo. Pero no te han urgido. ¿Acaso ha comenzado el invierno hoy? ¿Acaso no has sentido frío primero?
Y otra razón que me hace sentir personalmente insultada es que ella tiene más talla que yo. Pero soy yo quien recibe cada día de su vida apelativos como GORDA, CELULÍTICA o similares. Pero yo quepo en todos mis pantalones, incluso me sobra pantalón. Y tú no cabes en los tuyos y eso te hace frustrada, lo sé porque te he oído murmurarlo. Tienes entre 2 y 3 tallas más que yo y me vas a dar unos pantalones nuevos de sí porque no eres capaz de ir a la tienda y comprártelos, porque eres vaga y egoísta.
Y te odio. Porque siempre estropeas todos los regalos.
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Muchos días de Navidad me desperté sintiéndome bien y luego el día se fue torciendo hasta sentirme triste y sin energía, pese a que seguía funcionando. Creo que esto último es a lo que le dicen inercia. Me sentí triste porque una crece con unas convicciones irreales y luego la realidad no me gusta, no se ajusta a lo que esperaba.
Me siento atrapada en una burbuja donde por fuera todo es feliz y está lleno de luces y buenos propósitos, pero también es raro porque te acuerdas también de toda la gente que falta en tu familia, en mi caso ya son bastantes, y te empieza a pesar. Es triste porque los recuerdos son intangibles y no es muy sano vivir allí estancado. A veces no tiene ni sentido pensar en ello y menos después de tantos años.
Por otro lado también siento que mi madre se ha esforzado cada maldito día de la Navidad en estropearlo o en hacer de las fiestas una enorme bola de mierda. A veces me siento muy desplazada cuando la gente me pregunta por estas fechas, no sé dónde meterme, somos esa familia que parece perfecta y sin embargo no celebra la Navidad. Al final siento mucha envidia porque estas fechas se construyen con cariño e interés y no con dinero. Y yo no siento ni tengo nada de eso.
Cuando digo que mi madre se esfuerza en estropearlo todo me refiero a que este año mi padre me regaló un gorro y un pantalón de pana para el frío y yo le compré colonia y otro gorro para él. Y cada día hasta que fueron Reyes ella repetía constantemente que no quería nada, que no se le regalase nada, incluso cuando nadie le había preguntado. A esto hay que sumarle una serie de agresiones verbales (muy en su línea, nada nuevo realmente) y amenazas de calzarnos una hostia si le comprábamos algo.
Al final, el día de Reyes me sentí como una gota de agua en el océano: muy perdida. Y también muy vacía porque, al parecer, yo puedo mostrar interés por las aficiones y por los anhelos de los demás, aunque igual no sea capaz de llegar a cubrirlos porque no tengo dinero o tiempo suficientes. Pero ella no es capaz -ni lo ha sido nunca- de saber nunca qué he querido. Y siento que vivo rodeada de desconocidos en casa. ¿Por qué? Porque la última vez que alguien hizo caso a mis deseos verbalizados creo que fue cuando los Reyes me trajeron un coche de juguete en el año 99, y con reticencias, que la niña igual es lesbiana.
No creo que sea tan complicado preguntarme -o mostrar interés a lo largo de todo el año- por mis intereses u observarme. ¿Soy hermética? En absoluto. Soy discreta. Pero parece que tengo que instalar un neón en casa explicando punto por punto por qué deseo algo y justificar el uso que le voy a dar (porque sino, no lo merezco). Pero es más sencillo gritarme sobre ese tal hermetismo, echarme en cara todas las veces que has fracasado como madre (¿de verdad tengo aspecto de querer llevar un reloj lleno de brillantes?) porque no te has esforzado, porque no me conoces y esa clase de cosas.